Por
Rodulfo Reyes
Cuando el diario Novedades de Tabasco era considerado opositor –o antigobiernista, para ser más precisos–, su entonces director, Ruy González Brito, le imprimió un nivel que lo puso a competir en poco tiempo con el periódico que en la década de los ochenta y noventa era el más importante de la tierra de Carlos Pellicer Cámara.
El reto del reportero yucateco que el viernes dejó de existir fue edificar de cero un rotativo que pertenecía a la cadena del mismo nombre y que era propiedad de la familia García Lavín, aunque le atribuían al exgobernador Leandro Rovirosa Wade ser su principal inversor.
Pero más allá de cualquier connotación política, al maestro Ruy le tocó la época de cuando los periódicos se disputaban a golpes de buenas noticias la preferencia del lector, pues entonces una empresa del ramo valía por el número de ejemplares vendidos a diario.
La principal tarea que tuvo González Brito fue hacer de la nada un periódico con reporteros que no hubieran trabajado en otros diarios locales. Por eso con regularidad él mismo ofrecía talleres relámpagos para formar su cantera.
Yo –permítaseme la primera persona– conocí a González Brito el miércoles 15 de julio de 1987: un día antes había llegado a Villahermosa con una caja de huevos llena de un par de pantalones y menos camisas, pero con muchas ilusiones, invitado por un viejo amigo de la infancia que me dio el pitazo de que en un periódico tabasqueño daban cursos para formar reporteros.
Apenas me enteré, conseguí a duras penas el boleto de autobús Tapachula-Villahermosa y el libro Manual de Periodismo, de Manuel Buendía, que yo creía que era un curso para construir textos informativos, pero que más bien –si la memoria no me falla 36 años después– era, es, un recuento de conferencias dictadas por el mejor columnista mexicano de todos los tiempos, asesinado el 30 de mayo de 1984.
Ese miércoles de un verano caluroso don Ruy nos recibió a los aspirantes a “periodistas” en su amplia oficina de la avenida Ruiz Cortines y Paseo Tabasco, recargado sobre el frente de su escritorio de madera maciza y con los brazos cruzados en franca relajación.
Camisa manga larga bien planchada, pantalón de casimir que combinaba arriba, cinto del color de los zapatos lustrados como nuevos, bigote recortado y el cabello untado con vaselina, el reportero yucateco nos aseguró que la mejor escuela para el oficio era la redacción de un periódico, pero que se requería del coraje de querer comerse al mundo.
Tras la presentación que escuché embelesado, pensando en glorias futuras, repartió unas hojas blancas y luego hizo un dictado con palabras y frases elementales. Revisó los textos y solo invitó a la mitad, más o menos, a quedarse. Esta mente de reportero viejo recuerda a por lo menos 35 interesados en trabajar en Novedades, entre ellos Rafael Núñez Martín y Carlos Mari Vázquez.
El curso de don Ruy duró una semana. Al final a los que quedamos nos propuso un tema para desarrollar. –Cuando tengan una nota del tema que les tocó, regresan conmigo –nos dijo.
A mí el tema del alcoholismo me llevó a entrevistar a la doctora Esperanza Rodríguez, que era jefa de salud psicosocial de la entonces Secretaría de Salubridad y Asistencia del estado, cuya oficina estaba por el rumbo del mercado Pino Suárez.
Me llevó un par de días garabatear una nota de dos cuartilla que le puse enfrente a don Ruy una tarde de locura como todas las tardes de locura de cierre de edición en un cotidiano, en que estaba acompañado de la jefa de redacción, Paquita.
Cuando su secretaria le tocó la puerta para avisarle que lo buscaba un aprendiz de reportero que días antes había llegado de la costa chiapaneca, donRuy le contestó con gesto adusto: –que pase, total no me va a llevar nada atenderlo.
Fueron segundos eternos para mí. Vi, o creo haber visto, que detuvo la lectura un par de veces para mirar mi rostro achocolatado.
Con él estaba la jefa de publicidad, una contadora de tez apiñonada cuya agraciada figura resaltaba su cabello satinado cortado a la moda. –¿Sabes cuántos aspirantes a reporteros se quedaron? –le dijo, pero me volteó a ver. Yo sentía que ya había pasado mucho tiempo.
–¿De verdad no has trabajado en algún periódico? –me interrogó, moviendo los lentes hacia la punta de la nariz para taladrarme con sus ojos de lumbre.
–No, señor –le dije–, apenas acabo de terminar la preparatoria y ya no pude entrar a la universidad a estudiar periodismo.
–Bienvenido –me dijo–, coordínate con Paquita para que te dé las órdenes de trabajo, empiezas mañana mismo.
Había yo ganado la única plaza de reportero disponible en Novedades de Tabasco ese julio de 1987.
Al día siguiente mi nota sobre alcoholismo estaba en la portada del diario que era mi primer trabajo formal. La recuerdo muy bien porque me pusieron Rodolfo en vez de Rodulfo. Esa misma tarde busqué a Edgar, un joven de cabellera abundante como ensortijada que estaba a cargo de la captura de las notas en la computadora.
–Pero es que Rodulfo no es un nombre común –me contestó sin mirarme, mientras seguía tecleando las primeras notas de la edición del siguiente día.
González Brito fue un jefe que siempre alentó a su gente. A mí me ascendió en poco tiempo de reportero B a reportero A, con un mejor sueldo, porque me quedaba por puro gusto los fines de semana a cubrir la nota roja, ya que el titular de la policiaca, Fredy Izquierdo, que apenas terminó su carrera de licenciado en Derecho se retiró del oficio, descansaba viernes y sábado, por lo que ni sábado ni domingo se publicaba esa información muy apetecida por los lectores.
En la elecciones federales de 1988 me comisionó a cubrir a las campañas de los candidatos del PRI; Nicolás Reynés Berezaluce y Roberto Madrazo Pintado iban al Senado; en aquel tiempo había senadores de tres y de seis años.
Reynés iba en la fórmula para seis años y Madrazo para tres; pero algo sucedió porque los cambiaron de posición, de tal manera que Madrazo pasó a ser el senador del sexenio completo y al viejo lobo de la política tabasqueña lo degradaron a senador de un trienio.
En la primera rueda de prensa que ofrecieron Nicolás y Roberto ya como abanderados, yo pregunté por qué les habían cambiado de lugar para favorecer al segundo. No recuerdo quién de los dos me contestó ni qué se me respondió, pero seguramente lo negaron con la desfachatez que distingue a los políticos.
Esa tarde llegué contento a la redacción de Novedades. Ya llevaba ensayado un párrafo de mi nota: A pregunta de este reportero…
Iba yo por la segunda nota del día –nos pedían al menos tres textos por jornada– cuando Paquita llegó a la enorme sala de Redacción para decirme que el director quería hablar conmigo.
–¡Coño, nos están pagando publicidad! ¿Por qué hiciste esa pinche pregunta? –me regañó con el rostro encendido.
Creo que lo conmovió mi gesto de no sé de qué me habla. –Está bien, primero somos periodistas; no te preocupes, tú sigue preguntando y si nos corren ya vemos qué carajos hacemos –me dijo, mientras soltaba esa sonrisa pícara que me gustaba porque siempre andaba serio.
En otra ocasión, con un cigarro en la boca, me llamó para decirme que no me preocupara porque el diario Olmeca había publicado a ocho columnas que un reportero de Novedades había protagonizado una riña en un bar del centro de la ciudad.
–Esto no es periodismo: un pleito de borrachos no puede ser la nota principal de un diario –me dijo, pero me recomendó que me cuidara de dar esos espectáculos porque afectaba la imagen de mi casa de trabajo.
Después me enteré de que un empleado de la Dirección de Prensa del gobierno estatal oriundo de mi lugar de origen había redactado la supuesta noticia del reportero de Novedades que en estado de ebriedad había destrozado un bar; la información de marras me describía como porro.
Desde antes que yo entrara a Novedades los medios locales ya traían una campaña de desprestigio contra la competencia que dirigía con magnificencia don Ruy y que en un par de años los había rebasado por la izquierda. La mejor prueba de esa campaña mezquina fue haber inventado que dos reporteros del diario de la cadena del mismo nombre habían robado cacahuates en un súper mercado que se prestó al juego del gobierno.
En la siguiente generación ¬(es un decir) de comunicadores graduados (es otro decir) del taller de don Ruy por fin lograron entrar a la empresa mis colegas Carlos Mari y Rafael Núñez, que siempre han sostenido como yo ser alumnos de González Brito.
Mari llegó a ser el primer corresponsal del diario Reforma, y Núñez se convirtió en uno de los mejores reporteros de la fuente empresarial.
Antes que yo se habían formado en Novedades el extinto Candelario Acosta Gómez, que fue corresponsal de El Heraldo de México; Azarías Gómez, que también ya se nos adelantó, llegó a ser director del diario La Verdad del Sureste.
Entre los reporteros hechos en esa casa editorial también debe anotarse a Gabino García, que por muchos años fue corresponsal de Novedades, de la Ciudad de México.
También mi colega Alfredo Zavala Chablé fue corresponsal nacional; a este don Ruy lo trataba con mucho afecto y le decía Chelito, quizá porque Alfredo tenía un parecido impresionante con uno de sus hijos.
A mí el taller de don Ruy me ayudó para trabajar de corresponsal en El Financiero por 12 años; después caí en Crónica, publiqué en algunas ocasiones en El Universal y Excélsior; laboré para El Heraldo de México y hasta antes que el gobierno federal cerrara la agencia de información del Estado mexicano, estuve contratado por Notimex.
Esto no hubiera sucedido, creo, de no tener la suerte de que don Ruy fuera mi jefe. –Lee todos los libros que puedas, empápate de las mejores columnas y los mejores reportajes y agarra lo tuyo de donde lo encuentres –me dijo en una ocasión que llegó a la Redacción a decirme que mi nota sobre un movimiento de municipios del norte de Chiapas que querían anexarse a Tabasco ante el abandono del gobierno de Tuxtla Gutiérrez, iba a llevarse las ocho columnas.
–Si no nos pelan en Tabasco nos van a respetar en Chiapas –me dijo, sonriente como pocas veces se le veía.
De la misma manera que hizo crecer a Novedades de Tabasco, González Brito catapultó a El Sureste, propiedad de Gonzalo Quintana Giordano, quien estuvo con él hasta sus últimos días.
Don Ruy escribía a plana completa la columna dominical Usted Juzgue, que era lectura obligada entre la clase política, pero lo mismo hacía una crónica que un reportaje o un editorial que provocaba la reacción del gobierno tabasqueño con acciones bajunas como publicar pleitos de cantina o robos inventados a ocho columnas.